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El multiculturalismo

Resumen muy breve del problema del multiculturalismo, con los enfoques de Tylor, Kymlicka y Habermas.

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Últimamente el problema de la convivencia de diversas culturas dentro de una misma sociedad ha estado en todos los medios de comunicación. Problemas como el de la escolarización, los ritos o las costumbres (incluso a la hora de vestir) han sacado a la luz la necesidad de que reflexionemos sobre la diversidad cultural que está empezando a formar parte de nuestra sociedad. Por eso es muy importante platearse el tema del multiculturalismo.

El mundo no está dividido en culturas con fronteras naturales, y en todas las sociedades hay etnias y rasgos culturales muy variados. Puesto que los miembros de diferentes culturas tienen que compartir lugares e instituciones públicas, puesto que tienen que convivir, surge el problema de conjugar el respeto a otras culturas con la necesidad de reglas y derechos comunes para todos los ciudadanos. El término “multiculturalismo” se refiere a las demandas de minorías culturales centradas en el reconocimiento de su identidad cultural. Se reivindica un sistema que les garantice un “status” y unos derechos propios. Las medidas han de ser permanentes, no transitorias. En unos casos, se pide la inclusión en el movimiento mayoritario, y en otros, como los nacionalistas, piden un “status” diferenciado.

El problema del nacionalismo quedará apartado de momento.
El problema del multiculturalismo consiste en cómo ajustar el modelo político de una sociedad democrática (que ignora las particularidades étnicas) con las demandas de derechos colectivos que deberían reconocerse a los grupos por su etnicidad. Si las culturas minoritarias no son “protegidas”, corren el peligro de extinguirse y ser absorbidas por la cultura dominante. ¿Cómo conjugar aspectos como la igualdad y la imparcialidad, con las particularidades de las culturas minoritarias? ¿Violan la igualdad los derechos colectivos? Por un lado, se pretende que a la hora de convivir sólo importa la igualdad, el respeto a la libertad ajena, sin intervenir las costumbres, o tradiciones de cada cultura. Por otro lado, en toda sociedad hay aspectos como la división administrativa, los días festivos, los símbolos del estado, las decisiones lingüísticas... que favorecen a un grupo mayoritario. Hay varias formas de enfocar el problema del multiculturalismo. Nos centraremos principalmente en tres autores:

Tylor en “La política del reconocimiento” trata de fundamentar una política que reconozca el derecho de las culturas minoritarias. Según Tylor, el individuo está modelado por la cultura a la que pertenece, y degradar una cultura es también degradar a sus individuos. SI la democracia valora la dignidad del individuo, también debe valorar la dignidad de la cultura a la que pertenece. El soporte de una cultura es necesario para la libertad individual.

Se podría responder a Tylor que el hombre necesita un marco cultural, pero no uno determinado. Además, las culturas no están hoy en día separadas en compartimentos estancos, sino que las fronteras entre ellas son permeables. Con todo, Tylor respondería que la incomodidad que sufriría la mayoría es un mal menor, comparado con el hecho de perder una cultura minoritaria. El sistema político debe, según Tylor, mantener las identidad culturales que la forman, lo que implica mantener también a los individuos presentes y futuros que la forman.

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En segundo lugar, Kymlicka reconoce las dificultades que acompañan al multiculturalismo:
a) Riesgo de que se proteja a una minoría que mantiene prácticas y tradiciones contrarias a los derechos humanos y constitucionales.
b) Riesgo de que se consoliden identidades minoritarias que rompan con una actitud cívica compartida y con la convivencia social.

Pese a todo, Kymlicka afirma la necesidad de un reconocimiento, y de una protección de las culturas minoritarias. Por medio de un minucioso análisis busca soluciones límite que conjuguen los valores democráticos con el reconocimiento de identidades culturales minoritarias.

En tercer lugar, J.Habermas. Según él, el sistema de derechos no debe ser ciego a las diferencias culturales. No hay que formar territorios protegidos, reservas o “guetos”, sino una integración democrática. La solución no está en distintas sociedades separadas, sino en una sociedad de individuos capaces de darse cuenta de la importancia de proteger los contextos vitales y culturales en los que se ha fraguado el individuo. La supervivencia de las culturas no se puede enfocar como si éstas fueran especies. De hecho hay individuos nacidos en una cultura que se sitúan críticamente respecto a la misma y deciden pasar a formar parte de otra cultura. La pureza cultural no existe y la defensa de una cultura no puede evitar el cuestionamiento de la misma. Las culturas deben ser defendidas por el reconocimiento que se merecen sus individuos. La integración debe alcanzar el mayor grado posible, siempre que no se vaya en contra de los derechos humanos y de la constitución de la cultura democrática.

¿Son satisfactorios alguno de estos enfoques? El hecho del multiculturalismo nos sitúa en el problema de la tensión entre universalidad y diferencia. Pretendemos valores universales y a la vez pretendemos que se mantengan las diferencias como algo valioso. Volvemos sobre viejos problemas, como la universalidad o relatividad de los valores (Sócrates-sofistas), la pluralidad irreconciliable de modelos de vida buena (Aristóteles), o encontrar unas pautas de justicia y deber (Kant). Pendientes quedan preguntas como ¿qué papel desempeña la sociedad respecto al individuo? ¿Se puede lograr un conjunto de valores universales, que acepten todas las culturas? ¿Cómo se puede alcanzar la convivencia entre distintas culturas? ¿Debe desaparecer la cultura minoritaria? ¿Debe ser absorbida por la sociedad mayoritaria? ¿Debe la sociedad de acogida plegarse a las necesidades de las culturas minoritarias? ¿Hasta qué punto?