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Disfrutar de la irrelevancia

Sobre la situación de la filosofía en el sistema educativo
La irrelevancia tiene también sus efectos positivos

Termina un nuevo curso: son ya 16 con la web activa y alguno más con la pelea diaria del aula. Hay una diferencia esencial en lo que toca a la Historia de la filosofía: era habitual, por estas fechas, andar brujuleando con el examen de selectividad: preparando alumnos para la prueba, o tratando de publicarla en la web lo antes posible, especialmente en aquellos años en los que las pruebas tardaban bastante tiempo en ser públicas. La LOMCE, sin embargo, ha cambiado radicalmene el panorama del profesor de filosofía, al menos en Castilla y León: frente a otras comunidades, aquí la filosofía ha quedado como algo residual: obligatoria solo en 1º de bachillerato y optativa en 2º para ambas modalidades. A efectos prácticos esto significa que habitualmente quienes cursan ciencias no la cogen y en los grupos de humanidades y sociales se depende vitalmente del tamaño de los centros. Hay centros pequeños en los que directamente ha desaparecido, y en otros logran salir adeante grupos pequeños que oscilan entre 6 y 14 alumnos. Como compensación a las horas perdidas, aparecen los valores éticos como alternativa a quienes no desean cursar religión. Ante este panorama, la postura corporativista tradicional, no exenta de cierto egocentrismo, no tenía más camino que la denuncia y el rechinar de dientes. Parte de esto se ha visto en los medios en los últimos años. Así son nuestros políticos y otros personajes de la cultura: cuando se ha arrinconado a la filosofía comienza su defensa unánime. No bostante, este desprecio educativo, político y cultural ha traído consigo un beneficio: poder disfrutar de una enseñanza que nadie valora.

Puede sonar paradójico pero afrontar la filosofía de 1º de bachillerato sabiendo que ese grupo no volverá a cursar filosofía nunca más permite centrar esfuerzos en lo esencial, y a la vez experimentar con otras actividades que tienen pertinencia educativa, pero antes eran más difíciles de llevar a la práctica si queríamos que se contara en 2º con la "base" suficiente para afrontar la historia de la filosofía con garantías. Trabajar textos en clase, hacer exposiciones orales o profundizar en ciertos aspectos de la competencia digital: estas y algunas otras cosas podían generar cargo de conciencia antes de la LOMCE cuando la filosofía era una de las asignaturas que daban al bachillerato un carácter propio. Lo mismo ocurre en 2º de bachillerato: (casi) nadie hace ya el examen de historia de la filosofía, pues dicho examen no pondera prácticamente en ninguna titulación. Ni siquiera, por cierto, en el grado de filosofía, lo cual es totalmetne razonable: carece de sentido incluir asignaturas específicas en unos estudios universitarios sin números clausus. Así las cosas, puede uno en clase plantear otra forma de enseñanza, saliéndose por ejemplo del temario oficial para hacer una lectura de Simone de Beauvoire. Todo un sacrilegio que va en contra de un currículum que recoge las esencias del machismo: de los diez autores más importantes son todos hombres. Antes de la LOMCE lo más que podía uno permitirse era hacer comentarios breves sobre el tema e ir señalando a pensadoras que han sobresalido en cada tiempo. Gracias a que la LOMCE nos ha hecho inútiles es posible ahora hacer otros planteamientos.

Sé que hay compañeros que añoran esos tiempos pasados. Que están convencidos de que la filosofía tiene que ser la espina dorsal del bachillerato. Viejos amigos de esta página, que hayan leído el blog con cierta asiduidad, pueden encontrar textos en los que yo mismo defendía esta postura. Pero después de haber vivido ya estos tres primeros años de insignificancia, he de decir que tiene ventajas innegables. Que permite enfocar una materia más centrada en el pensar compartido que en los contenidos. Y que como enseñanza de vida no está nada mal: ninguna asignatura es irrenunciable, y menos la filosofía. El vértigo del cambio nos hizo pensar durante un tiempo que nuestra materia es fundamental. La realidad nos demuestra que no lo es. No ya porque haya países de larga tradición filosófica en los que no se estudia filosofía (el caso alemán es paradigmático) sino porque cierto enfoque de la filosofía asentado durante décadas ha logrado un efecto social que es fácil encontrar en cualquier noticia sobre la filosofía en la que se permitan comentarios de lectores: que para muchos sea una materia oscura, incomprensible, desconectada de lo real. El deseo de realzar la filosofía, de implantarla en bachillerato como obligatoria o de darle un "gran valor" en las pruebas de acceso a estudios superiores puede esconder quizá una postura egocéntrica, un deseo de que los demás asuman como fundamental aquello que a mi (o a nosotros, como gremio) nos lo parece. Dicho en otras palabras: somos muy poco filósofos cuando hablamos de la enseñanza de la filosofía. Ahí se enciende el forofismo y se apaga la crítica. La denostrada LOMCE nos ha dado una gran lección de humildad: somos irrelevantes. Tarea nuestra ahora es saber disfrutar de esa irrelevancia y ajustar nuestra materia a ese marco de total insignificancia.