Hay una vieja idea presente en muchas mitologías, y que se ha filtrado incluso en más de un lenguaje, por la cual los regalos pueden llevar un veneno consigo. De la manzana envenenada al caballo de Troya, pasando por aquellas culturas en las que la reciprocidad está exactamente regulada, pues son claramente conscientes de que todo regalo encierra tras de sí una deuda. Se trata de constantes culturales e históricas que sin embargo siguen provocando cierto asombro cuando saltan a la luz pública. Así ha ocurrido con la renuncia de Javier Marías al premio nacional de narrativa. Una actitud bien curiosa la del escritor madrileño: no acepta premios estatales, pero sí premios de otros estados ajenos. Una reacción que podría tacharse de incongruente, pero que él mismo ha explicado ayer en una rueda de prensa. Un gesto que algunos tachan de arrogante y otros, una mayoría, de coherente y una muestra de integridad. Pero más que el gesto, puede importarnos hoy el trasfondo del mismo.
Que un escritor de reconocido prestigio internacional y que aparece entre las quinielas para lograr el premio Nobel renuncie a premios estatales es una señal del estado de la cultura de nuestro país. No hace falta ni siquiera leer entre líneas en las explicaciones de Marías: a poco que le demos vueltas nos damos cuenta de que la cultura española es uno más de los círculos dominados por el poder. No se rechaza un premio por el qué diran: se rechaza porque se considera que los criterios políticos o económicos vienen imponiéndose sobre los culturales a la hora de repartir premios, homenajes y reconocimientos. Algo lamentable que se convierte en un obstáculo para el progreso del país: difícilmente lograremos progreso cultural alguno si quienes se encargan del mismo no son capaces de pensar de un modo crítico, afín al poder político o económico cuando acierta, pero enfrentado al mismo cuando se equivoca. Algo muy alejado de lo que según parece es la realidad: si eres amigo del presidente de no sé qué institución o si tu proyecto sirve para fines que el gobierno considera loables, automáticamente te conviertes en el gurú cultural del país.
No nos cansamos de hablar de la politización de la educación o la sanidad, pero no solemos presntarle demasiada atención a la politización de la cultura. Y un buen dato para la reflexión: mientras que algunos sectores suspiran por la subvención, Marías dice no entender por qué el estado ha de respaldar económicamente, con premios o lo que sea, su decisión personal de hacerse escritor. Algo que debería ser una aventura propia, y no dependiente de que el estado sufrague de una forma u otra una tarea tan digna como antigua. Dedicarse a la cultura en este país, podríamos deducir de las palabras de Marías, implica necesariamente dedicar parte de tu tiempo a las relaciones sociales y políticas. Hacer amigos, pero también seguramente hundir a los posibles rivales. Crear grupos con los afines y poner todas las zancadillas posibles a los que se miran en otros partidos o a los que sencillamente van por libres. El alto precio que hay que pagar por la independencia es la peor señal de todas las posibles sobre el estado de nuestra cultura. Llena de regalos envenenados.
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