Una de las consecuencias que parecen derivarse de las últimas elecciones en España es la crisis, no se sabe muy bien todavía de qué tipo, del mayor partido de izquierda de España. Aquellos que se alegren, será probablemente porque algún beneficio obtienen: de otra forma es difícil no inquietarse ante un panorama político en el que el voto de izquierda se fracciona, mientras que los votantes del partido en el gobierno mantienen una fidelidad al mismo. No es que pretenda hacer una gran apología del partido socialista, que en buena medida ha sido responsable de que nos encontremos donde estamos, pero sí creo que juega un papel decisivo en la democracia española para garantizar dos principios "sanos" en todo sistema democrático: el equilibrio y la alternancia de poder. Y podemos criticar con toda la dureza que queramos a los dos partidos mayoritarios, y señalar el bipartidismo como el origen de todos los males de la democracia. Pero en lo que el sistema siga siendo como es, no es bueno que un solo partido se quede prácticamente en solitario mientras que el que podía hacerle frente se diluye.
La descomposición de un partido grande en democracia tiene una gran contrapartida: el dominio, sea por mayoría absoluta o simple, de su adversario, sin que exista una alternativa viable. La situación es tremendamente paradójica si atendemos a una de las circunstancias que la han generado: los movimientros de protesta y regeneración democrática han tenido éxito en la propagación de sus ideas, desalentando a muchos votantes de izquierda. En su día, el propio partido socialista no vio con malos ojos estas protestas, cuya linea ideológica enraizaba precisamente con algunas de sus señas de identidad de siempre. El resultado final es que el socialismo español se ha suicidado ideológicamente: lemas como "no les votes" o "no nos representan" ponen en bandeja mayorías del partido popular, al margen de que requieran pactos o no. Con la sola excepción de las regiones nacionalistas. En el resto, el socialismo regenerador se ha comido al socialismo "político" u "oficial" generando un vacío que entraña un cierto peligro.
En toda democracia hay votantes militantes, y los dos grandes partidos tienen en España sus propios graneros de votos. Pero hay otros votantes que deciden en función de las circunstancias, y son los que terminan decantando la balanza en uno u otro sentido. De otra forma, no sería posible la alternancia en el poder. El problema que se puede dar ahora mismo es que no haya ninguna alternativa realmente posible al partido popular, lo cual rompería con equilibrios democráticos indispensables. De fondo la situación actual recuerda, salvando las distancias, a la polémica que se desato a la muerte de Marx en torno al comunismo: la división entre los partidarios de la acción política y parlamentaria, y aquellos que pensaban que esto era una forma de traicionar e "institucionalizar" un movimiento que debería ser básicamente de acción revolucionaria. La cuestión es, evidentemente, que no estamos a finales del siglo XIX, sino a principios del XXI, y en lo que estos debates se resuelven la democracia se debilita. En tanto que queramos seguir viviendo en democracia, hacen falta al menos dos partidos fuertes. Algo que, en estos momentos, brilla por su ausencia en España.
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