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Tolerancia y libertad de expresión: la ceremonia de la ofensa

Somos como niños

Portada de Charlie Hebdo: No hay que reirse…Anda revuelto el patio con el asunto de las caricaturas y las imágenes. Desde que un semanario satírico francés ha publicado unas viñetas de Mahoma, se han disparado todas las alarmas. Recuerda, salvando las distancias, aquella vieja disputa medieval en la que se discutía sobre el valor de las imágenes y sus límites. Y sitúa, desde luego, la risa y la caricatura en el centro del debate: parece ser que hay ciertas cosas de las que no conviene reirse no se sabe muy bien si debido a que se pueda incurrir en una ofensa o por las posibles represalias y consecuencias. La cuestión política va por otro lado: se trata de evitar atentados y salvar vidas humanas. Un objetivo bien serio, que nada tiene que ver con sátiras, caricaturas y viñetas. Como ya se ha hablado tanto de este asunto en los últimos años, y siempre salen a colación la tolerancia y la libertad de expresión, prefiero hacer un análisis distinto, basado en el victimismo generalizado.

Este es, a mi entender, uno de los mayores problemas que rodean este tipo de enfrentamientos entre caricaturistas e integristas religiosos: la ceremonia de la ofensa. Empiezan haciéndose los ofendidos todos los integristas que a las alturas del siglo XXI son incapaces de revisar sus textos sagrados y de tratar de actualizarlos un poco a los tiempos que corren. No se espera de ellos un transformación radical de sus credos, pero sí parece razonable que según qué preceptos se vayan suavizando. Fundamentalmente por un motivo: hay otros muchos "compañeros" en la fe que no tienen problema alguno en que se publiquen caricaturas e imágenes satíricas. El integrismo que rodea al islam no es estadísticamente mayoritario, pero logra arrogarse la imagen total del islam. Demuestran tener la sensibilidad muy a flor de piel quienes se escandalizan por una viñeta, y parecen estar deseando pulsar el gatillo o el botón de la bomba a la mínima de cambio. Cualquier excusa les vale. La libertad religiosa debe incluir también el respeto a quienes no profesan religión alguna, a los que pueden contestar, si gustan, con la misma moneda: satirizar el ateísmo puede resultar tan válido como hacerlo sobre cualquiera de las religiones del mundo.

Como no podía ser de otra manera, el asunto no para ahí: la ofensa se extiende y parece ser que se pone en práctica el viejo lema de los niños. O jugamos todos, o se rompe la baraja. Y se desata entonces el lamento de los autores de las viñetas: si la libertad de expresión comienza a limitarse, terminamos sin poder expresar nada. Como si no hubieran de respetar límite alguno, ellos que tienen la responsabilidad de llegar a un público tan amplio. Como si cada ser humano no llevara consigo una esfera que considera inviolable, y que puede llegar a herirle en caso de que se vea sometida al ridículo. Si la libertad de expresión no está de alguna forma limitada, bien podría seguirse que todos podemos ser, en determinado momento, objeto de la burla del caricaturista de turno. Dicho de otra forma: no todo es risible, y quienes se dedican a los grandes medios deberían tomar conciencia de ello, aun siendo de dominio público que la frontera no es rígida y que a menudo han de moverse justamente en la frontera. Lo más triste del asunto es el infantilismo que transmite la polémica: tú me dibujas, yo me ofendo. Pues si tú te ofendes, yo más. Como niños pequeños, incapaces de que el sentido común nos haga encontrar a todos formas válidas y estables de convivencia.