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El pensamiento contemporáneo: la muerte de Dios

A partir del siglo XIX, el problema del conocimiento deja de ocupar el lugar central que había venido ocupando hasta entonces. Habrá otros temas, sobre todo de índole práctico, que pasen a ocupar su lugar: filosofía de la historia, teoría política… en definitiva, problemas prácticos (recuérdese la influencia de la Ilustración) que marcarán la reflexión de autores como Hegel o Marx. En lo referente al problema de Dios, aparece un pensamiento eminentemente crítico, reflejado en lo que ha dado en llamarse “filosofía de la sospecha” (P.Ricoeur). En el siglo XX, la diversidad de corrientes (fenomenología, existencialismo, filosofía analítica…) tendrá como consecuencia una enorme pluralidad de teorías y enfoques del problema de Dios. De filosofías ateas como la de Sartre a autores como Zubiri, que es considerado como uno de los mayores pensadores cristianos del siglo XX. Advirtiendo de antemano esta heterogeneidad de corrientes y posicionamientos nos centraremos en 4 autores: Feuerbach-Marx, Nietzsche, Freud y Sartre.

Fuerbach y Karl Marx

Feuerbach defenderá en "La esencia del cristianismo" que es el ser humano el que ha creado a Dios.Para los buenos conocedores de estos pensadores puede parecer una aberración filosófica emparejarlos. Al comienzo Marx admiró el trabajo intelectual de Feuerbach, e incluso le propuso que colaborase con él en la elaboración de textos revolucionarios, invitándole a pasar de la teoría a la acción. Sin embargo, Feuerbach rechazó esta oferta, y a partir de entonces Marx comenzó a criticar el trabajo de Feuerbach, llegándole incluso a concebir como un pensador idealista. Pese a ello, la crítica marxista a la religión es claramente deudora de los planteamientos de Feuerbach, y por eso cabe exponerlo de un modo conjunto. Cabe resumir las ideas de ambos autores en estos dos aparatados:

  1. Para Feuerbach, la idea de Dios es una sublimación del hombre. En La esencia del cristianismo (enlace a las citas de esta obra) la tesis básica de Feuerbach es que el hombre proyecta su esencia y la sublima creando una nueva realidad que supera las limitaciones del ser humano, y cuenta además con todas sus cualidades, pero en un grado superlativo. La esencia del cristianismo es, por tanto, la esencia del hombre. El hombre se inventa a Dios y le atribuye todas las características que le gustaría descubrir dentro de sí. El hombre necesita inventarse a Dios para olvidarse de sus propias limitaciones. Cuando el hombre reza, es a sí mismo a quien se reza. Decir que dios es eterno expresa el deseo de eternidad del hombre. Dios es una proyección humana, un producto antropomórfico, cuya esencia no puede estar constituida más que por cualidades humanas elevadas al máximo grado. Feuerbach pretende haber descubierto el engaño de la religión y propone que todas las religiones sean sustituidas por un nuevo humanismo en el que el hombre sea el verdadero y único Dios. El hombre no debe sacrificarse por un Dios que él mismo ha creado, sino, muy al contrario, ocupar el lugar que durante todos estos siglos ha venido ocupando Dios. El ser humano debe olvidarse de Dios y centrarse en sí mismo, en los problemas que le rodean: dejar de especular sobre problemas teológicos y dirigir sus esfuerzos a las necesidades del hombre.
  2. Como hemos dicho, Marx está muy influenciado por Feuerbach en su crítica a la idea de Dios. Desde el punto de vista del materialismo histórico, la materia es la clave explicativa de la realidad y de la historia. Para conocer el origen de las cosas debemos preguntarnos por las circunstancias materiales que las posibilitaron. La idea de Dios forma parte de la religión, que es un instrumento de opresión que viene a legitimar la desigualdad y la injusticia existente. La religión (y Dios como uno de sus componentes esenciales) es un instrumento ideológico, que oculta el conflicto latente de la sociedad. Dios es una creación del hombre (en esto se coincide con Feuerbach) destinada a consolar al hombre, de modo que éste no se rebele contra el orden vigente. Mientras los hombres están pendientes de Dios, no piensan en sus problemas reales, y además la promesa de un reino de justicia y de paz sirve de consuelo ante la injusticia vigente. Dios ayuda a que los explotados conciban la vida como un tránsito, y en este sentido, la religión sería un instrumento más de poder y dominación, pues a través de ella se accede a las conciencias de los proletarios.

En conclusión se puede decir que a la idea de Feuerbach, según la cual Dios es una creación del hombre que proyecta su esencia en una idea, Marx añadirá que esta creación está destinada a perpetuar una situación de injusticia, desigualdad y explotación.

El grito: ¿Es Dios una creación humana como respuesta ante la muerte?


El grito (fuente)

Nietzsche

La crítica de Nietzsche a la idea de Dios, y a la religión en general, se encuentra desperdigada a lo largo y ancho de toda su obra, aunque en obras como Así habló Zaratustra las referencias en contra de la religión y el anuncio de la muerte de Dios sean un tema central. Para Nietzsche, Dios es símbolo de la trascendencia y de la negación de este mundo. El que cree en Dios no cree en la vida, y termina negándola, sacrificándola a favor de una recompensa inexistente. La religión es una gran mentira, el autoengaño del hombre que no admite su mortalidad. Dios y la religión prometen la inmortalidad a seres que son esencialmente mortales.

Creer en un dios, cualquiera que sea, es un síntoma de debilidad y decadencia. El creyente vive en un nihilismo pasivo, asustado ante la verdad de la vida, y se niega a aceptar la realidad que le rodea. Dios niega la voluntad de poder, el eterno retorno y al superhombre. La religión impone la compasión, el perdón y la misericordia como uno de los valores supremos, y es responsable así de la transmutación de los valores, de la traición a una concepción aristocrática de la virtud. Dios y la religión niegan lo dionisíaco en favor de lo apolíneo, y en su nombre se inventan ideales vacíos como la justicia o la igualdad. A los ojos de Nietzsche, la tradición judeocristiana y Cristo (con la colaboración de Sócrates) han pervertido el curso de la civilización occidental, ejecutando un cambio moral de terribles consecuencias, por el cual el débil, el pobre, el necesitado y el mediocre resultan ensalzados. En el pensamiento de Nietzsche, las implicaciones prácticas de la religión y de la creencia en Dios ejercen un mayor peso que las consideraciones teóricas. Su objetivo no es, como ocurre por ejemplo en Kant, desmontar los argumentos teóricos que se han dado a favor de la existencia de Dios, sino señalar cuáles son las consecuencias prácticas de las creencias religiosas. Creer en Dios es una escapatoria ante el absurdo de la vida. Sin embargo, el superhombre, aquel que trata de desarrollar su voluntad de poder, asume que la vida es un eterno retorno supera este sinsentido de la vida. El superhombre de Nietzsche hace de esta debilidad su mejor virtud, y pone en práctica un nihilismo activo, empeñándose en una permanente afirmación de la vida. Por eso, el comportamiento coherente del superhombre consiste precisamente en anunciar la muerte de Dios.

Sigmund Freud

Freud enfoca el problema de Dios y de la religión desde un punto de vista psicoanalítico. Dios sería el sustituto del padre, y la religión es considerada como una neurosis colectiva. Dios es la personificación del padre protector, símbolo de seguridad y confianza. Cree en Dios aquella persona que necesita sentirse acompañado, querido, protegido, escuchado… Dios es una proyección del individuo que trata de superar mediante su creencia las dificultades con las que se enfrenta diariamente. En este sentido, Dios sería una invención terapéutica: aunque sea una señal de infantilismo y madurez, ayuda a seguir viviendo, y el mismo Freud reconoce que no todos los individuos están preparados para el ateísmo. La religión sería un síntoma de inmadurez personal, y es una neurosis colectiva que puede servir para rebajar la tensión que se crea entre el ello y el superyo. En este sentido sería un buen “anestésico” general, pues logra que grupos numerosos de personas no manifiesten desequilibrios psicológicos. Pese a todo esto, la posible utilidad social de la religión no justifica su existencia ni mucho menos fundamenta la existencia de Dios. Que haya hombres que por sus características psicológicas, sociales, económicas o culturales necesiten creer en Dios no implica que este Dios exista. La necesidad social de la religión debe ser abordada minuciosamente y debería intentarse superar esta etapa de infantilismo generalizado.

El concepto de Dios está además lleno de consonancias psicoanalítica: Dios personifica un ideal moral, y a la vez justifica y perdona que en diferentes ocasiones podamos dejarnos llevar por nuestros instintos, sean sexuales o violentos. La perfección moral propuesta por el superyo, y la misericordia ante la satisfacción de nuestros deseos impuestos por el ello y negados por la cultura se sintetizan en la idea de Dios, que “obliga” al sujeto a perfeccionarse, pero a la vez asume y perdona su mediocridad, cuando éste es incapaz de cumplir con las normas morales. Vinculados a Dios hay toda una serie de sentimientos de gran importancia psicoanalítica: culpa, admiración, seguridad, amor… Dios sería, para el psicoanálisis una mentira de gran utilidad pues rebaja los niveles de conflictividad, mientras la humanidad llega a un nuevo estado en el que la idea de Dios ya no sea necesaria. Al análisis de la idea de Dios, se une la crítica a la religión, que trata de aprovecharse de esta creencia infantil e inmadura, y canaliza y monopoliza sentimientos, impulsos y deseos muy importantes dentro de la configuración psicológica del individuo. El poder de la religión radica precisamente en los elementos psicológicos que intervienen en la misma y que van asociados a la poderosa idea de Dios.

Sartre

Como es sabido, hubo muchas ramas del existencialismo, y Sartre representaría precisamente al existencialismo ateo. Para Sartre Dios es una idea imposible. Sencillamente no puede existir porque eso iría en contra de la libertad absoluta del ser humano, que es precisamente lo que le define. Podemos reunir la posición de Sartre en estos dos argumentos:

  1. La tesis fundamental del existencialismo afirma que la existencia precede a la esencia. El hombre no es nada antes de decidirse a sí mismo. Su esencia es la libertad absoluta, y su tarea es irse haciendo a sí mismo, irse configurando en cada una de sus decisiones. Si el hombre es libertad absoluta, Dios no puede existir, pues sería una limitación a esa libertad. No sólo eso, sino que la idea de Dios como creador del ser humano no tiene sentido, pues el hombre no es, es decir, no tiene de antemano una esencia propia y determinada. Si el hombre carece de esencia (es el hombre el que se da una a sí mismo), ¿para qué afirmar que hay un Dios que nos da esa esencia? Por así decirlo, Dios no juega ningún papel en la historia del hombre, pues es el hombre el que la tiene que escribir. Si existiera ese Dios omnipotente y omnisciente que la religión propone, ese Dios que nos conoce y sabe qué vamos a hacer en cada caso, estaríamos introduciendo una especie de determinismo teológico incompatible con la libertad del ser humano. Ser absolutamente libre es, para Sartre, ser al margen de Dios y ser sin necesitar ningún Dios. Una vez más el hombre es un Dios para sí mismo, pues es el que se tiene que dar una esencia, el que tiene que decidir qué quiere ser en su vida. Por eso precisamente, a los ojos de Sartre, el existencialismo es un humanismo.
  2. El segundo gran argumento que está presente en a lo largo de la obra de Sartre, parte de la experiencia del absurdo. Si filósofos como Tomás de Aquino encuentran en el orden del mundo una prueba de la existencia de Dios, Sartre va a pensar que el absurdo de la vida humana es una prueba de que Dios no existe. El hombre se encuentra obligado a ser libre, a tener que elegir sin haber elegido previamente esta opción. El hombre tiene que ser sin saber qué es, y sin saber cómo tiene que ser. Por que la vida humana carece de sentido, Dios no puede existir. Sólo alguien macabro daría al hombre una capacidad, como es la libertad, que representa para él un problema más que una solución. El hombre está obligado a poner en práctica esta libertad sin saber cómo hacerlo, y un dios bueno no sería capaz de tamaño disparate. La vida es dolor, vacío y sinsentido, lo cual no es compatible con un Dios que se preocupe por el ser humano. La pasión inútil del ser humano, la náusea de la existencia son el mejor argumento para desmontar una idea falaz como la de un ser superior responsable de la creación de todo lo existente.