Pasar al contenido principal

Escepticismo-agnosticismo

Una tercera alternativa y posible respuesta al problema de Dios es el agnosticismo, que debe diferenciarse claramente del ateísmo y del teísmo. Si no hemos incluido a ningún autor agnóstico en nuestro recorrido histórico, ha sido por facilitar las cosas: el escepticismo y el agnosticismo son casi constantes en todas las etapas de la filosofía, y aparecen una y otra vez, diseminados a lo largo de la misma. Por ello, tratando de caracterizar cada etapa de un modo general, nos ha parecido oportuno incluir aquí un breve recorrido por todo el pensamiento escéptico.

Se podría decir que la primera muestra de escepticismo se puede encontrar en los sofistas, especialmente en Gorgias y en Protágoras. Este último, incluyó en una de sus frases una idea que expresa claramente la tesis agnóstica. No consiste esta en negar o en afirmar la existencia de Dios, sino más bien en negar la posibilidad de solucionar la cuestión. En el fondo, se reconoce la limitada capacidad del conocimiento humano, que no puede encontrar una salida al problema de la existencia de Dios. La cita de Protágoras es la siguiente:

“De los dioses no sé decir si los hay o no los hay, porque son muchas las cosas que impiden saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la brevedad de la vida humana.”

Este mismo escepticismo será compartido por otras corrientes filosóficas, como el cinismo y, en cierto modo, el estoicismo. Pirrón fue, sin lugar a dudas, uno de los máximos representantes del escepticismo griego, convirtiéndose en una de las referencias obligadas del escepticismo. Si nuestras facultades de conocimiento son limitadas, si tanto los sentidos como la razón nos conducen al error, cuánto más sucederá esto cuando tratamos un problema tan abstracto como el de la existencia de Dios, que aparece como imposible de resolver. La influencia de Pirrón sobre todo el escepticismo se puede ver bien reflejada, por ejemplo, en los Esbozos Pirrónicos de Sexto Empírico, que recoge además diversas figuras o modos de rebatir a la razón que está segura de sí misma.

A lo largo de la edad media, la influencia inicial de Platón y la posterior de Aristóteles, unidas a la perspectiva teológica propia de este periodo, impedirán que las tesis escépticas logren un mayor desarrollo. Sin embargo, sí que se encuentra en el pensamiento de Guillermo de Ockham un cierto agnosticismo: el problema de Dios no puede abordarse por medio de la razón. Las facultades de conocimiento del hombre deben abandonar este tipo de problemas que no pueden resolver, quedando así la razón liberada de problemas teológicos, lo que, en cierto modo, supone que se está preparando el terreno para que pueda ocuparse, por fin, de los problemas de la naturaleza, lo que posibilitará el desarrollo de la ciencia. A este agnosticismo, le suma Ockham otra tesis: la existencia de Dios es un problema de fe, inaccesible por tanto a la razón humana. O se cree o no se cree, pero no cabe discusión racional al respecto.

Ya en pleno Renacimiento, Michel de Montaigne es considerado como otro de los máximos representantes del pensamiento escéptico. A lo largo de sus ensayos va exponiendo sus objeciones a la razón, pero también duda de la experiencia y de los sentidos. De convicciones católicas, se muestra partidario de abandonar cualquier lucha o conflicto por cuestiones religiosas, y a menudo se refiere a la pluralidad de religiones, y manifestaciones culturales, síntoma inequívoco, a su juicio, de que cada pueblo crea su propia religión y no es posible encontrar un consenso al respecto, ni mucho menos conseguir demostrar la existencia de Dios. No olvidemos que el XVI es el siglo de las guerras de religión que tan violentamente afectaron a muchas ciudades francesas. El lema de Montaigne (¿Qué se yo?) trata de ser una respuesta a todo intento de polemizar en torno a un tema peligroso e inabarcable para la razón humana.

Ya en la modernidad, tradicionalmente se ha interpretado a Hume dentro de los pensadores escépticos. Aceptando esta interpretación, lo que no tiene sentido es pensar que Hume fuera agnóstico. Teniendo en cuenta la negación propia del empirismo de toda idea que no esté originada en una impresión, parece más adecuado interpretar la tesis de Hume como atea que como agnóstica. Si bien su enfoque del problema es puramente gnoeseológico (lo cual parece acercarle a posturas agnósticas, pues limita el conocimiento humano), queda bien claro que niega la existencia de cualquier idea que no provenga de una impresión. De hecho, el propio Hume tuvo problemas con las autoridades religiosas de su tiempo y fue apodado “mr Hume, el ateo”...

Aunque existen más autores escépticos, habrá que esperar prácticamente hasta el siglo XX para encontrar a otro filósofo que haga una defensa firme del agnosticismo: Bertrand Russell. Desde posiciones no precisamente escépticas, Russell intenta situar a la razón en su justo lugar, y afirma en repetidas ocasiones que el problema de Dios está más allá de la capacidad de la razón, por lo que tampoco tiene sentido plantearselo. Su debate con Copleston al respecto resulta muy ilustrativo del pensamiento del autor británico.

No se puede terminar este pequeño recorrido por el pensamiento agnóstico sin citar a Tierno Galván, uno de los autores españoles que más han defendido el agnosticismo. Su obra ¿Qué es ser agnóstico? Logra explicar de un modo claro y divulgativo las ideas esenciales de esta forma de pensamiento.