Ética sin religión
Filosofía antigua
Las dos grandes figuras de la antigüedad, Platón y Aristóteles, muestran bien a las claras cómo puede construirse una teoría ética al margen de la idea de Dios o al margen de la religión. Mucho más importante que la religión, en relación a la ética es, para ambos pensadores, la polis, pues la vida buena del individuo debe desarrollarse dentro de ésta. El hombre no puede ser feliz al margen de la polis, y por eso la política y la ética aparecen tan directamente relacionadas. La ética platónica y la aristotélica prueban muy claramente, al menos, que la ética no tiene por qué ser una disciplina religiosa y que es posible construir modelos y teorías éticas independientes de perspectivas religiosas (otra cuestión surgiría si alguien cuestionara la valoración de la polis que subyace a la filosofía de ambos). Su completa despreocupación respecto a problemas de tipo religioso permite a Platón y Aristóteles afrontar el problema del deber ser, de la justicia o de la felicidad humana, desde una perspectiva puramente filosófica, llegando a conclusiones y propuestas bien distintas.
Epicuro
Algo muy parecido cabe decir de la teoría epicúrea. Para Epicuro los dioses, en caso de existir, viven completamente despreocupados respecto a los problemas y necesidades del ser humano, por lo que carece de sentido tener miedo a los dioses o preocuparnos por ellos. Los dioses son trascendentes y viven en su propio mundo, al margen de nuestras inquietudes. Por eso la ética debe librarse de cualquier prejuicio o idea religiosa, y el planteamiento de Epicuro pretende precisamente alejarse de cualquier influencia religiosa. Así nada impide que podamos decir que una vida en la que tratemos de evitar el dolor siempre que podamos y en la que disfrutemos de los placeres de un modo mesurado, es sin lugar a dudas una vida feliz. Esta búsqueda equilibrada del placer se basta a sí misma como guía de la vida, y no es preciso apelar a ningún dios para fundamentarla: es suficiente con seguir los principios de la naturaleza, ya que todo ser vivo tiende a eludir el dolor y a buscar el placer.
Edad media
En la edad media predominan los sistemas teológicos, de modo que la vinculación entre ética y religión será una constante en el pensamiento occidental, que se puede comprobar, además, en las tres grandes religiones: islamismo (Avicena, Averroes…), judaísmo (Maimónides) y cristianismo (Agustín de Hipona, Tomás de Aquino). Habrá que esperar al final de la edad media para encontrar filósofos que rechazan que la religión y la ética deban estar relacionadas. Este es el caso de Guillermo de Ockham, que defenderá una separación radical entre política y religión y también entre religión y ética. Ockham critica muy duramente el naturalismo ético de Tomás de Aquino: para él, las normas éticas no pueden estar escritas en la naturaleza, por la sencilla razón de que son convencionales. Es la voluntad del hombre la que dota de validez a las normas, y por tanto no tiene sentido seguir hablando de normas o leyes naturales. Ockham extiende el voluntarismo teológico al terreno moral, convirtiendo así a la voluntad y al acuerdo entre los hombre en el verdadero fundamento de las normas morales.
Modernidad e Ilustración
En la modernidad y la Ilustración se sucederán diversas teorías y autores que desvinculan por completo la ética de la religión. Una de las tendencias más fuerte es la que viene marcada por la filosofía anglosajona, con filósofos de la talla de Hobbes, Locke y Hume. En concreto, el emotivismo moral de Hume tampoco aceptará que sea necesaria la idea de Dios o la religión para proponer una teoría ética. Inspirada un tanto en el epicureismo, para el emotivismo moral es bueno aquello que nos hace sentir bien, y malo lo que nos inculca algún tipo de dolor o pesar. A menudo se acompañan este tipo de enfoques del principio consecuencialista: es bueno todo aquello cuyas consecuencias son deseables para el sujeto, y habrá que evitar toda aquella decisión o acción cuyas consecuencias (previsiblemente) puedan ser nocivas para el sujeto. Dios es un concepto superfluo dentro de este sistema, y tan sólo podría aparecer en el caso de que la creencia en Dios proporcionara algún tipo de placer (¿corporal? ¿intelectual? ¿espiritual?...) En todo caso, los principios religiosos y la misma idea de Dios quedan subordinados al principio del placer y no juegan, ni mucho menos un papel central dentro de la propuesta de estos filósofos.
Toda esta tradición, continuada por Shaftesbury, dará lugar, ya en el siglo XIX al utilitarismo, representado por J. Bentham y J. S. Mill, y también al pragmatismo americano fundado por William James. En todos los casos, se defiende un principio de utilidad: el ser humano debe buscar aquello que le es útil, y se entiende por utilidad aquella propiedad de las cosas que nos produce placer o logra evitarnos el dolor. A menudo, se cuestionará si el individuo debe buscar su propia utilidad o también debe entrar en consideración la utilidad del grupo (altruismo). En cualquier caso, y al margen de este tipo de discusiones, con estas propuestas se consolidan modelos y teorías éticas que no tienen, ningún fundamento religioso.
Hegel
Dentro de la filosofía continental, la filosofía de Hegel representa, al igual que sucede con el de Kant, un caso controvertido y discutido. Los valores y las normas morales son para el filósofo alemán una manifestación más del espíritu. Lo que habría que discutir, y los intérpretes tampoco se ponen de acuerdo al respecto, es si cuando Hegel habla de espíritu se está refiriendo al Dios del protestantismo o tan sólo se refiere a una entidad superior a la naturaleza, y que encarnaría valores filosóficos como la libertad o la razón humana. En este caso, no sería necesaria una religión determinada ni la idea de un Dios personal, o la que defiende cada una de las religiones, para fundamentar un código de normas y valores, y estos serían sencillamente una expresión más de la razón que se despliega a lo largo de la historia, con lo que a medida que ésta se desarrolla será necesario separarla de cualquier sentido religioso, pues se caracterizan precisamente por tener un contenido racional. El espíritu vendría a ser, desde esta perspectiva, una idea, una construcción filosófica que se toma como principio de la realidad y que no necesita ya de la religión como origen o fundamento de los valores o normas morales.
Filosofía contemporánea
Nietzsche
El fin del siglo XIX marca en filosofía un punto de inflexión. En el tema que nos ocupa, la crítica a la religión se hará más radical, aunque también habrá, como aparece en el recorrido histórico, filósofos cristianos. En lo referente a la relación ética-religión, el pensamiento de Nietzsche representa un modelo paradigmático. Después de su crítica a la religión y a la moral, Nietzsche sugiere su propio modelo, una moral del superhombre, basada en la voluntad de poder y en la autocreación del yo. La moral de Nietzsche afirma un nihilismo activo, capaz de superar el absurdo de la vida a base de expandir su propio poder, su propia voluntad. La moral tradicional, la de los esclavos, es la que fue impuesta por la tradición judeocristiana, y por eso Nietzsche pretende recuperar el estado inicial de las cosas, definido por la moral de los señores y la vida dionisíaca. El espíritu del niño debe superar al del león y el camello, imponiéndose así una experiencia lúdica y artística de la vida, en la que sea el hombre el encargado de dar sentido a su propia vida, sin ningún tipo de trascendencias auxiliares.

Sartre
Ya en el siglo XX, la propuesta de Sartre es también una ética al margen de la religión. La ética del existencialismo es la ética de la libertad absoluta, con lo que se entronca, en cierto modo, con algunas de las ideas de Nietzsche. El sujeto es soberano de sí, y debe decidir en todo momento qué hacer y quién quiere ser. Esta libertad absoluta es un principio que debe ser respetado por todos, y no cabe poner ningún tipo de trabas de tipo religioso a la libertad humana. A ojos de Sartre, la religión ha sido durante siglos una de las instancias que más han limitado la libertad humana. El que libremente asuma unas creencias puede ponerlas en práctica, pero deberá respetar en todo momento la libertad de quien no lo quiera hacer. En esta ruptura “ética” con la religión radica el verdadero humanismo del existencialismo: dejar la religióna un lado, para que surja el verdadero hombre, el que se ve obligado a elegir en una existencia particular y concreta y que tiene que resolver el problema que su propia vida plantea. La religión niega al hombre y niega su libertad que es la categoría ética fundamental para Sartre y por ello podría decirse incluso que la religión va en contra de la ética cada vez que limita la libertad del hombre y trata de orientar sus acciones y decisiones por caminos no elegidos libremente.
Habermas y Rawls
En la segunda mitad del siglo XX, Habermas construye una teoría ética que va a transformar la reflexión en torno al obrar humano: la ética del discurso. La fundamentación última de la misma no reside en ninguna religión particular ni en ningún concepto de índole religiosa, sino, por el contrario, en la capacidad de comunicación del ser humano. De un modo sumamente ingenioso, Habermas construye una ética procedimental que no proporciona norma alguna, pero sí un modo de alcanzar normas vinculantes y universalmente válidas. El diálogo se convierte en la pieza clave de este sistema, y las condiciones ideales del discurso en la garantía última de validez de las normas alcanzadas a través del mismo. Igualmente, cabría referirse a la teoría de la justicia de Rawls como otra de las propuestas recientes que se desvinculan por completo de la religión. Con su “velo de la ignorancia”, según el cual en todo procesión de decisión los sujetos deben ser capaces de hacer abstracción de sus condiciones particulares y desconocer igualmente el lugar que ocuparán dentro de la sociedad, Rawls aspira a que se logren acuerdos y decisiones tomadas por sujetos racionales en la medida en que son racionales, teniendo en cuenta además que los individuos no saben a priori a qué grupo o clase social pertenecen, de modo que no buscarían privilegio o ventaja alguna.
La teoría de Habermas y la teoría de la justicia de Rawls representan dos intentos serios y rigurosos de elaborar teorías éticas al margen de la religión y a la altura de los problemas morales actuales.