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Un lenguaje sin yo

Hace ya unos cuantos años, durante unas jornadas de la facultad asistí al mayor cruce de insultos "académicos" que jamas he escuchado. Se trataba de un conjunto de expertos en filosofía del lenguaje y la ponencia que desencadenó la polémica versaba sobre la posibilidad de crear un lenguaje sin yo. Por allí desfilaron, cómo no, Wittgenstein y Russell, y algunos otros de los más renombrados filósofos del lenguaje. Llegado el turno de preguntas uno de los asistentes comenzó un intercambio dialéctico de los de educación exquisita y baja estofa.

¿Hubo dinosaurios buenos?

Nunca tuve el más mínimo interés por los dinosaurios. Quizás por un motivo generacional: la explosión jurásica me pilló ya en el extinto BUP, y no creo recordar ni una sola linea que hablase de los lagartos terribles en mis libros de texto. Sencillamente: no se estudiaba. Sirva esto como muestra de que la educación cambia: en el colegio han decidido dedicarle prácticamente un trimestre. Para más señas: educación infantil. Hay que echarle valor e imaginación al asunto: trabajar por proyectos y con dinosaurios.

Tiempo de sentimientos

Probablemente sea una reacción al racionalismo y una de las señas de identidad de eso que llamamos posmodernidad. Me estoy refiriendo a la asunción de los sentimientos como criterio decisivo, como uno de los máximos valores a tener en cuenta y considerar en todos los ámbitos de la vida. Las llamadas a respetar los sentimientos del otro se complementan con una incitación permanente a ponernos en su lugar, a compartir esos sentimientos. Es una de más de las contradicciones de nuestro tiempo: precisamente cuando nada vale, los sentimientos pasan a considerarse absoluto.

Lo simbólico

Como tantos otros centros educativos, celebrábamos a finales de enero el Día Escolar de la Paz y la No Violencia. El coordinador de convivencia puso en marcha este año una dinámica nueva: las 1000 grullas de la paz. Para quien no lo conozca (yo hace algunas semanas no tenía ni idea del asunto), puedes ver el vídeo adjunto.

Experiencias cartesianas (III)

Hablar de Descartes es inevitablemente cuestionar la seguridad de nuestro conocimiento. Indagar en la certeza de aquello que damos por verdadero, y que termina vertebrando nuestras vidas, así como la cultura y la vida social. Un sano ejercicio de escepticismo del que Descartes escapa de un modo peculiar: al poner todo en duda, llega un momento en que la única verdad válida, el famoso "pienso luego existo", es utilizado como trampolín para demostrar la existencia de Dios, que viene a ser algo así como el antídoto del extravagante genio maligno cartesiano.

Experiencias cartesianas (II)

Si ayer salía por aquí la presencia del método en la vida cotidiana, hoy nos vamos a centrar en otro de sus rasgos: la duda metódica. Se podría decir que con esta propuesta Descartes inaugura un recurso que tendrá largo recorrido en filosofía: el experimento mental. Es algo en lo que conviene incidir: ni por asomo se angustiaba el filósofo francés con la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño, o con la rocambolesca hipótesis de que haya un genio maligno dedicado a engañarnos a todos.

Experiencias cartesianas (I)

Apuramos estos días de enero las últimas ideas de Descartes. Algo muy propio: estos días de frío, que acabaron con el autor francés en su día, son el marco más adecuado para entender su pensamiento de estufa y habitación. Se intenta, en la medida de lo posible, que no se le perciba como un autor extravagante y que sus propuestas sean entendidas siempre en el marco en el que fueron formuladas. Así ocurre, por ejemplo, con el tema del método.

¿Qué se le perdió a Platón en Siracusa?

Emplatonados como estamos estos días, solemos repasar algunas de las circunstancias vitales del que, con permiso de Aristóteles, es el filósofo más importante de la antigüedad. Todo ello con el dramatismo y la exageración que la propia acción de educar conlleva: ¿quién se interesaría por el pensamiento de un personaje insulso" Tampoco es que se mienta: entre las pinceladas de la vida de Platón que aparecen en clase está el impacto de la muerte de Sócrates, y también el intenso empeño de Platón en acudir a la corte de Siracusa, invitado por Dión, el cuñado del tirano local, Dionisio I.

De filosofía y empresa

Es bien sabido en el gremio de los enseñantes del pensar: con la nueva reforma no sólo habrá menos horas de lo que llamamos filosofía, sino que además se nos abrirán nuevos terrenos por explorar. Si quitamos literatura (y aventura) al asunto: aparece al final del temario un engendro de difícil tratamiento, un auténtico transgénico educativo y cultural que han venido a llamar "La filosofía y la empresa como proyecto racional". No para ahí la cosa, pues luego el ministerio nos ha regalado sandeces como estas: