Con la finalización del trimestre algunos centros aprovechan para realizar una semana cultural en la que programar actividades para los alumnos que durante el curso, por razones de prisas y rutinas, no suelen organizarse. Así que hace unos días acompañé a los alumnos de 2º de bachillerato a una charla sobre la Universidad de Burgos y el Espacio Europeo de Educación Superior, invento del popularmente conocido plan Bolonia. Entre otras muchas cosas, contaban que desde hace ya unos cuantos años los ministros de educación acordaron crear un sistema educativo superior común, en el que hubiera compatibilidad de estudios entre países y que serviría de germen para ir dando más contenidos a la Unión Europea. El proceso parece no tener vuelta de hoja: en apenas tres meses ya se habrá realizado la primera Prueba de Acceso a la Universidad adaptada a Bolonia, y algunos alumnos están ya estudiando su grado universitario adaptado a los principios de la nueva educación europea.
Como viene ocurriendo desde hace siglos vivimos tiempos de contradicciones. Cojamos cualquier periódico, de la tendencia política que sea. Si lo leemos entero es probable que nos encontremos con una doble referencia: alguna noticia relativa al proceso de integración de las universidades europeas (plan Bolonia) y alguna otra que nos alerte sobre la posibilidad de que la unión monetaria se rompa debido a los desequilibrios de las economías la integran. Consecuencia: una hipótesis de futuro podría ser la de una Europa unida en lo educativo y desmembrada en lo económico. La fortaleza de la Unión Europea podría cuestionarse si finalmente la crisis económica logra revertir los pasos andados. Se volvería al pasado: alumnos europeos pagando sus becas con monedas nacionales. Ayudas de fondos europeos que representan diferentes poderes adquisitivos en función de la marcha de la propia economía. ¿Qué sentido tiene el espacio de educación superior en una unión política dividida por los problemas economicos"
La situación pone en medio del debate el tema de la integración europea. Durante años se lleva oyendo la crítica de que era un proceso fundamentalmente económico: ahora que la economía empieza a fallar es cuando empezamos a valorar lo que habíamos andado. La integración económica nunca ha sido suficiente, pero es un paso necesario, previo e imprescindible para otro tipo de uniones, pactos y acuerdos. Ocurre en política como en ética: no hay felicidad posible para quien carece de lo más indispensable para la vida. Y en política no hay país que pueda fomentar el bien común si no cuenta con los recursos correspondientes. Marx lo supo ver mejor que nadie: la economía es la base del sistema. Si ante las dificultades económicas de los últimos años la Unión Europea deja de ser unión, terminará por renunciar también a ser europea. Y escuchando todas las transformaciones (políticas, educativas, sociales, legislativas) que vienen impulsadas por la integración en Europa, no puede uno dejar de pensar que a lo mejor no está el horno para bollos.
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