Decíamos hace unos días que el deporte deja de serlo cuando se convierte en un negocio puro y duro. Ocurre especialmente en las competiciones que los medios de comunicación "mundializan": desde el momento en que los derechos televisivos superan ciertas cifras, la competición se pervierte. O bien porque pierde su sentido y el dinero impera, como se ha criticado por aquí hablando del fútbol, o bien porque los deportistas son instrumentalizados, utilizados como una tuerca más de la gran maquinaria audiovisual. Esta crítica es rechazada por algunos cuando se plantea en un blog de filosofía, pero es respetada cuando quien la expresa es el mejor tenista español de la historia: Rafa Nadal se ha quejado más de una vez de un calendario inhumano, un circuito de tenis mundial que parece concebir a los deportistas como monstruos de feria que se van exhibiendo de ciudad en ciudad. Calendarios inhumanos y competiciones inhumanas para quienes no son superheroes, ni mucho menos superhombres, sino tan sólo hombres, como tú o tu vecino. Humanos, demasiado humanos: tanto que a veces incluso reflexionan filosóficamente tras la derrota.
El mejor ejemplo de la conexión entre filosofía y deporte lo tenemos en las declaraciones de ayer del que salió derrotado en Australia: "Yo no busco ganar a Djokovic, sino superarme a mí mismo. Aquí me he superado a mí mismo." Cualquier parecido con el "yo soy el que tiene que superarse a sí mismo" de Nietzsche no puede ser una mera coincidencia. Esta es la competición en su estado más puro: el enemigo no es el que te devuelve la pelota, sino uno mismo. El superhombre es el que lucha en primer lugar consigo mismo: el rival es un espejo que nos devuelve una imagen de lo que somos. La creación del sujeto a partir de la confrontación con el otro y la exigencia permanente de superación. El ethos del deporte nos acerca irremisiblemente a la filosofía nietzscheana: algunos deportistas nos pueden servir como ejemplo vivo de los conceptos centrales del vitalismo. El deporte es voluntad de poder, y en cierto sentido también implica una moral de señores, de la fuerza que se impone. El deporte es autocreación.
"Después de un tiempo en el que había sufrido sin disfrutar, he sufrido disfrutando. Ese es el camino". No es una frase sacada de la filosofía oriental. Tampoco una de las pocas sentencias heraclíteas que nos han llegado. Es lo que dijo ayer Nadal después de perder la final. Pura contradicción: sufrir disfrutando. En la derrota encontrar la grandeza del juego. Encarna un cierto espíritu trágico, que nos recuerda que en medio de la perversión que representa el deporte profesional surgen de vez en cuando héroes. Como Héctor y Aquiles en su día, los grandes rivales tienen que reconocerse entre sí. Son grandes no porque ganan o pierden, sino por la grandeza o miseria del derrotado. Y si algunos deportistas son los héroes trágicos de nuestro tiempo tenemos un argumento más para encontrar a Nietzsche escondido en las gradas de un "abierto" de tenis: un deporte de uno contra uno, en el que no hay sacrificio por la colectividad, sino que cada cual es el responsable de hacerse a sí mismo, de crearse. Una competición en la que muchos de los valores en juego implican una transmutación respecto a la moral de la piedad, la compasión y el perdón. Vida que se afirma por encima de la razón: ganar perdiendo. Como Nietzsche cuando intenta hacerle un saque directo a Platón.
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