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Immanuel Kant

Crítica de la razón pura

La antinomia de la razón pura

Cuarto conflicto de las ideas trascendentales.

Tesis

Al mundo pertenece algo que, sea en cuento parte suya, sea en cuanto causa suya, constituye un ser absolutamente necesario.

Prueba

En cuanto conjunto de todos los fenómenos, el mundo sensible contiene, a la vez, una serie de modificaciones, ya que, sin ella, ni siquiera se nos daría la representación de la serie temporal como condición de posibilidad del mundo sensible[7]. Todo cambio depende de su condición, la cual es anterior en el tiempo y en virtud de la cual es necesario ese cambio. Ahora bien, todo condicionado dado presupone respecto de su existencia una serie completa de condiciones que llegue hasta lo absolutamente incondicionado, que es lo único absolutamente necesario. Por consiguiente, si el cambio existe como consecuencia de lo absolutamente necesario, tiene que existir algo que lo sea. Pero este algo absolutamente necesario forma parte forma parte del mundo sensible. En efecto, supongamos que esté fuera de él. En este caso, la serie de los cambios cósmicos derivaría su comienzo de él sin que esta causa necesaria perteneciera, por su parte, al mundo de los sentidos. Lo cual es imposible, ya que, si tenemos en cuenta que el comienzo de una serie temporal sólo puede ser determinado en virtud de aquello que es anterior en el tiempo, la condición suprema del comienzo de una serie de cambios tiene que existir en el tiempo en que todavía no existe la serie (pues el comienzo es una existencia a la que precede un tiempo en el que no existía todavía la cosa que comienza). Por tanto, la casualidad de la necesaria causa de los cambios y, consiguientemente, la causa misma, pertenece al tiempo y, por ello mismo, al fenómenos (sólo en el fenómeno es posible el tiempo, en cuanto forma de aquél). En consecuencia, no podemos pensar dicha causalidad como separada del mundo sensible, que es el conjunto de todos los fenómenos. Así, pues, en el mundo mismo se halla contenido algo absolutamente necesario (ya se trate de la completa serie cósmica misma, ya de una parte de ella).

Antítesis

No existe en el mundo ningún ser absolutamente necesario, como tampoco existe fuera de él en cuanto causa suya

Prueba

Supongamos que el mundo mismo sea un ser necesario o que haya en él un ser necesario. En este caso, o bien habría en la serie de sus cambios un comienzo incondicionadamente necesario y, por tanto, carente de causa, lo cual se halla en contradicción con la ley dinámica de determinación de los fenómenos en el tiempo; o bien la serie misma carecería de comienzo y, a pesar de ser contingente y condicionada en todas sus partes, sería, en cuanto totalidad, absolutamente necesaria e incondicionada, lo cual es en sí mismo contradictorio, ya que no puede ser necesaria la existencia de una multiplicidad en que ninguna de las partes que la integran posee existencia necesaria.

Supongamos, por el contrario que hay una causa del mundo absolutamente necesaria, pero fuera de él. En tal caso, esa causa sería la que, en cuanto miembro supremo de la serie de las causas de los cambios del mundo, comenzaría[8] la existencia de éstos y la serie que forman. Desde este supuesto, también ella tendría que comenzar a actuar, y su causalidad formaría parte del tiempo y, por ello mismo, del conjunto de los fenómenos, es decir, del mundo. La causa misma no estaría, pues, fuera del mundo, lo cual se halla en contradicción con la hipótesis inicial. Consiguientemente, no existe ningún ser absolutamente necesario, ni en el mundo ni fuera del mundo (si es en relación causal con él)

Observación sobre la cuarta antinomia

I. Sobre la tesis

Para demostrar la existencia de un ser necesario no puedo usar, en este caso, otro argumento que el cosmológico, el cual asciende desde lo condicionado en la esfera del fenómeno a lo incondicionado en la del concepto, en el sentido de que este último incondicionado es considerado como la condición necesaria de la totalidad absoluta de la serie. El intentar una demostración partiendo de la mera idea del ser supremo entre todos los seres corresponde a otro principio de la razón, que por ello trataremos separadamente. La prueba puramente cosmológica no puede demostrar la existencia de una ser necesario de otro modo que dejando sin decidir si ese ser es el mundo mismo o una cosa distinta de él. En efecto, para comprobar esto último se necesitan principios que ya no son cosmológicos ni continúan en la serie de los fenómenos. Se necesitan conceptos de seres contingentes en general (en la medida en que sólo son considerados como objetos del entendimiento) y un principio que permita ponerlos en relación con un ser necesario por medio de meros conceptos, todo lo cual pertenece a una filosofía trascendente cuyo tratamiento corresponde a otro lugar posterior.

Ahora bien, una vez que se ha empezado la prueba al modo cosmológico, poniendo como base la serie de fenómenos y el regreso de los mismos según las leyes empíricas de la causalidad, no se puede ya saltar desde esa base a algo que no forma parte de la serie en calidad de miembro suyo. En efecto, lo que se toma como condición debe ser considerado en el mismo sentido en que se tomó la relación de lo condicionado con su condición dentro de la serie que debía, con su progreso ininterrumpido, conducirnos a esa condición suprema. Si esa relación es sensible y pertenece al posible uso empírico del entendimiento, la condición o causa suprema sólo puede rematar el regreso según las leyes de la sensibilidad y, consiguientemente, sólo en cuando que ella misma forma parte de la serie temporal. En consecuencia, el ser necesario tiene que ser considerado como el miembro supremo de la serie cósmica.

No obstante, ha habido quienes se han tomado la libertad de practicar el salto al que hemos aludido. En efecto, partiendo de los cambios del mundo, han inferido la contingencia empírica, es decir, la dependencia, de tales cambios respecto de causas empíricamente determinables, obteniendo una serie ascendente de condiciones empíricas. La deducción era perfectamente correcta. Ahora bien, como no se podía encontrar aquí ni un primer comienzo ni un miembro supremo, se abandonaba de pronto el concepto empírico de contingencia para tomar la categoría pura, la cual daba lugar entonces a una serie meramente inteligible, cuya completad se basaba en la existencia de una causa absolutamente necesaria, una causa que, al no hallarse ligada a ninguna condición sensible, quedaba igualmente libre de la condición temporal que implicaba el que su causalidad tuviera también un comienzo. Este procedimiento es totalmente incorrecto, como se verá en lo que sigue.

En el sentido estricto de la categoría, “contingente” es aquello cuyo opuesto contradictorio es posible. Ahora bien, no se puede inferir la contingencia inteligible a partir de la contingencia empírica. Lo opuesto de lo que cambia (lo opuesto a su estado) es real en un tiempo distinto y, consiguientemente, es posible. Este nuevo estado no es, pues, lo opuesto contradictorio del estado anterior. Para que lo fuera haría falta que, al mismo tiempo en que existía el estado anterior, hubiese podido hallarse, en vez de él, su contrario. Pero eso no puede deducirse del cambio. Un cuerpo que estaba en movimiento =A se pone en reposo =no A. El hecho de que al estado A siga un estado opuesto no permite concluir que el opuesto contradictorio de A sea posible ni, por lo tanto contingente. Para ello haría falta que, al mismo tiempo en que existía el movimiento, hubiese podido existir, en su lugar, el reposo. Pero lo único que sabemos es que el reposo fue real –y, por tanto, posible- después del movimiento. Ahora bien, un movimiento en un tiempo y un reposo en otro tiempo no se oponen entre sí contradictoriamente. Así, pues, la sucesión de determinaciones opuestas, es decir, del cambio, no demuestra en absoluto la contingencia según conceptos del entendimiento puro ni puede, consiguientemente, conducirnos a la existencia de un ser necesario concebido según esos mismos conceptos puros del entendimiento. El cambio no demuestra más que la contingencia empírica. En otras palabras: demuestra, en virtud de la ley de la causalidad, que, de no haber una causa perteneciente al tiempo anterior, no habría podido producirse por sí mismo el nuevo estado. Incluso si es tomada como absolutamente necesaria, esa causa tiene que hallarse en el tiempo en su calidad de tal y formar parte de la serie de fenómenos.

II. Sobe la antítesis

Si creemos encontrar dificultades que se oponen a la existencia de una causa absolutamente necesaria cuando ascendemos en la serie de los fenómenos, tales dificultades no deben basarse en meros conceptos relativos a la existencia necesaria de una cosa en general ni ser consiguientemente, ontológicas, sino que tienen que originarse al relacionar causalmente esa cosa necesaria con una serie de fenómenos en la que se supone una condición que es, por su parte, incondicionada; dichas dificultades tienen que ser, pues, de carácter cosmológico y, consiguientemente, deben ser deducidas con arreglo a leyes empíricas. En efecto, hay que mostrar, por una parte, que el ascenso en la serie de las causas (en el mundo sensible) nunca puede alcanzar como término una condición empíricamente incondicionada y, por otra, que el argumento cosmológico derivado de la contingencia de los estados cósmicos –contingencia debida a sus cambios- resulta ser contrario a la hipótesis de una causa primera que inicie la serie en términos absolutos.

En esta antinomia se pone de manifiesto un extraño contraste: las mismas razones de las que se infirió en la tesis la existencia de un primer ser, son empleadas en la antítesis para inferir, con el mismo rigor, su no-existencia. Primero se dijo: existe un ser necesario, porque todo el tiempo pasado incluye en sí la serie de todas las condiciones y, consiguientemente, también lo incondicionado (lo necesario). Ahora se dice: no hay un ser necesario, ya que todo el tiempo pasado incluye en sí la serie de todas las condiciones (que, consiguientemente, son, a su vez, todas condicionadas). La razón de tal contraste es la siguiente: el primer argumento atiende tan sólo a la totalidad absoluta de la serie de condiciones que se determinan unas a otras en el tiempo, llegando así a un ser incondicionado y necesario. El segundo argumento atiende, por el contrario, a la contingencia de todo cuando se halla determinado en la serie temporal (ya que cada miembro va precedido de un tiempo en el que la misma condición debe, a su vez, estar determinada como condicionada), con lo cual desaparece por completo todo incondicionado y toda necesidad absoluta. Pero el modo de argumentar es en ambos casos perfectamente conforme a la razón humana ordinaria, la cual tiene frecuentes desavenencias consigo misma al considerar su objeto desde dos puntos de vista distintos. El debate entre dos célebres astrónomos debida a un problema semejante en torno a la elección de un punto de vista fue para el señor Mairan un Fenómeno lo suficientemente notable como para escribir sobre él un tratado especial. Uno de los dos astrónomos sostenía: la luna gira alrededor de su eje puesto que siempre enseña a la tierra la misma cara. El otro afirmaba: la luna no gira alrededor de su eje, ya que siempre enseña a la tierra la misma cara. Ambas conclusiones era correctas según el punto de vista que se adoptara para observar el movimiento de la luna.

Dialéctica Trascendental

Fragmentos del capítulo III de la sección tercera de la Dialéctica Trascendental (Los argumentos de la razón especulativa en orden a probar la existencia de un ser supremo)

  1. “Todos los caminos que se han propuesto a este respecto comienzan, o bien por la experiencia determinada y por la peculiar condición de nuestro mundo sensible, que conocemos a través de tal experiencia, y se elevan desde ella, conforme a las leyes de la casualidad, hasta la causa suprema fuera del mundo; o bien se basan simplemente en una experiencia indeterminada, es decir, en la experiencia de alguna existencia; o bien, finalmente, prescinden de toda experiencia e infieren, completamente a priori, partiendo de simples conceptos, la existencia de una causa suprema. La primera demostración es la físico-teológica, la segunda, la cosmológica y la tercera, la ontológica. No hay ni puede haber más pruebas.”
  2. “Por lo dicho hasta aquí se comprende con facilidad que el concepto de un ser absolutamente necesario es un concepto puro de razón, es decir, una mera idea cuya realidad objetiva dista mucho de quedar demostrada por el hecho de que la razón la necesite. En realidad, tal idea, que indica simplemente cierta completad inalcanzable, sirve para limitar el entendimiento, más que para extenderlo a nuevos objetos. Nos encontramos aquí con el caso extraño y absurdo de que, por una parte, parece algo urgente y correcto el inferir una existencia absolutamente necesaria a partir de una existencia dad en general, pero, por otra, todas las condiciones requeridas por el entendimiento para hacerse un concepto de tal necesidad se oponen a ello.”
  3. “En todos los tiempos se ha hablado de un ser absolutamente necesario, pero ha habido menos preocupación por comprender si es posible –y cómo lo es- concebir simplemente una cosa semejante, que por demostrar su existencia. Es, por supuesto, muy sencillo dar una definición nominal de este concepto diciendo que el ago cuyo no-ser es imposible.”
  4. “En efecto, el hecho de rechazar por medio de la palabra “incondicionado” todas las condiciones que son siempre indispensables al entendimiento para considerar algo como necesario, dista mucho de hacernos comprender si pensamos algo o quizá nada en absoluto a través del concepto de un ser incondicionadamente necesario.”
  5. “Mi respuesta es: habéis incurrido ya en contradicción al introducir –ocultándola bajo el nombre que sea- la existencia en el concepto de una cosa que pretendíais pensar desde el punto de vista exclusivo de su posibilidad. Si se admite vuestro argumento, habéis obtenido una victoria, por lo que parece. Pero en realidad no habéis dicho nada, ya que habéis formulado una simple tautología.”
  6. “Nada puede añadirse, pues, al concepto, que sólo expresa la posibilidad, por el hecho de concebir su objeto (mediante la expresión “él es”) como absolutamente dado. De este modo, lo real no contiene nada que lo posible. Cien táleros reales no poseen en absoluto mayor contenido que cien táleros posibles. En efecto, si los primeros contuvieran más que los últimos y tenemos, además, en cuenta que los últimos significan el concepto, mientras que los primeros indican el objeto y su posición, entonces mi concepto no expresaría el objeto entero ni sería, consiguientemente, el concepto adecuado del mismo. Desde el punto de vista de mi situación financiera, en cambio, cien táleros reales son más que cien táleros en el mero concepto de los mismos (en el de su posibilidad), ya que, en el caso de ser real, el objeto no sólo contenido analíticamente en mi concepto, sino que se añade sintéticamente a tal concepto (que es una mera determinación de mi estado), sin que los mencionados cien táleros quedan aumentados en absoluto en virtud de esa existencia fuera de mi concepto.”
  7. “Así, pues, sea cual sea el contenido de un concepto, tanto en su cualidad como en su extensión, nos vemos obligados a salir de él si queremos atribuir existencia a su objeto.”
  8. “Todo el esfuerzo y el trabajo invertidos en la conocida prueba ontológica (cartesiana) de la existencia de un ser supremo a partir de conceptos son, pues inútiles. Cualquier hombre estaría tan poco dispuesto a enriquecer sus conocimientos con meras ideas como lo estaría un comerciante a mejorar su posición añadiendo algunos ceros a su dinero en efectivo.”
  9. “La prueba cosmológica, que vamos a examinar ahora, conserva el lazo entre la necesidad absoluta y la realidad suprema, pero, en lugar de inferir la necesidad de la existencia a partir de la realidad suprema, como hacía la prueba anterior, infiere, a partir de la incondicionada necesidad, previamente dada, de un ser, la realidad ilimitada del mismo. En este sentido, la prueba sigue una vía de argumentación, no sé si racional o sofística, pero al menos natural.”
  10. “El argumento es el siguiente: si algo existe, tiene que existir también un ser absolutamente necesario. Ahora bien, existo al menos yo. Por consiguiente, existe un ser absolutamente necesario. La menor contiene una experiencia. La mayor infiere la existencia de lo necesario a partir de una experiencia en general[9]. Así, pues, la prueba arranca de la experiencia y no procede, por tanto, enteramente a priori u ontológicamente; si recibe el nombre de cosmológica, se debe a que el objeto de toda posible experiencia se llama mundo.”
  11. “Toda la fuerza demostrativa contenida en el llamado argumento cosmológico no consiste, pues, en otra cosa que en el argumento ontológico, construido con meros conceptos; la supuesta experiencia es superflua; tal vez puede conducirnos al concepto de necesidad absoluta, pero no demostrar tal necesidad en una cosa determinada. En efecto, tan pronto como pretendemos hacerlo, nos vemos obligados a abandonar toda experiencia y a buscar entre los conceptos puros cuál de ellos contiene las condiciones de posibilidad de un ser absolutamente necesario.”
  12. “El modo más fácil de ver todas las falacias de una deducción consiste en exponerlas en forma silogística. He aquí tal exposición.
  13. Si la proposición que afirma que todo ser absolutamente necesario es, a la vez, el ser realísimo (lo cual constituye el nervus probandi de la prueba cosmológica) es correcta, tiene que ser convertible, como todos los juicios afirmativos, al menos per accidens. Consiguientemente, tenemos: algunos seres realísimos son, a la vez, seres necesarios. Ahora bien, un ens realissimum no se distingue en nada de otro, y lo que es aplicable a algunos de los contenidos en este concepto es también aplicable a todos. Por consiguiente, puedo (en este caso) también convertir la proposición simpliciter, con lo cual tendremos: todo ser realísimo es un ser necesario. Ahora bien, como este última proposición sólo está determinada por sus conceptos a priori, el simple concepto de ser realísimo tiene que implicar ya la necesidad absoluta de ese mismo ser, que es precisamente lo que el argumento ontológico sostenía y lo que el cosmológico no quería admitir, a pesar de que el primero subyacía solapadamente a las conclusiones del segundo.”
  14. “Una vez que se ha llegado a admirar la grandeza de la sabiduría, del poder, etc., del creador del mundo y que no se puede ir más allá, se abandona de repente este argumento basado en elementos empíricos y se pasa a la contingencia del mundo, inferida, ya desde el principio, a partir del orden y finalidad del mismo. Sin otro apoyo que este contingencia, se pasa después, sirviéndose exclusivamente de conceptos trascendentales, a la existencia de un ser absolutamente necesario, para pasar luego del concepto de necesidad absoluta de la primera causa al concepto enteramente determinado o determinante de dicho ser necesario, es decir, al concepto de una realidad omnicomprensiva. El argumento físicoteológico se atasca, pues, a medio camino, salta desde su dificultad a la demostración cosmológica y, como ésta no es más que un argumento ontológico solapado, culmina su propósito gracias a la razón pura, a pesar de haber negado al comienzo que tuviese nada que ver con la razón pura y de haber señalado que todos sus pasos se basarían en demostraciones empíricas evidentes.”
  15. “Así, pues, a la hora de demostrar la existencia de un único ser originario como ens summum, la prueba físicoteológica se basa en la cosmológica y ésta, a su vez, en la ontológica. Teniendo en cuenta que la razón especulativa no posee otro camino fuera de estos tres, resulta que el argumento ontológico, basando exclusivamente en conceptos puros de razón, es el único posible, si es que cabe siquiera demostrar una proposición tan superior a todo uso empírico del entendimiento.”

“He dicho antes que en este argumento cosmológico se esconde todo un nido de presunciones dialécticas que la crítica trascendental puede desvelar y destruir. Me limitaré ahora a señalarlas y a dejar al lector ya ejercitado la tarea de seguir investigando y refutando los pseudoprincipios.

En el argumento encontramos, por ejemplo:

  1. El principio trascendental consistente en inferir que lo contingente posee una causa, principio que sólo tiene aplicación en el mundo sensible y que carece incluso de sentido fuera de él. En efecto, el mero concepto intelectual de lo contingente es incapaz de originar una proposición sintética como la de la causalidad; el principio de causalidad sólo tiene valor y criterio de aplicación en el mundo de los sentidos. Sin embargo, en este argumento se pretende que sirva precisamente para rebasar ese mismo mundo;
  2. La inferencia de una primera causa a partir de la imposibilidad de una serie infinita de causas dadas, subordinadas unas a otras, en el mundo sensible, cosa que los principios del uso de la razón no nos permiten en la misma experiencia; menos aún podemos extender este principio más allá de ella (a donde no puede llegar la cadena);
  3. La falsa autosatisfacción de la razón con respecto a la completad de la serie; tal satisfacción es obtenida eliminando, finalmente, todas aquellas condiciones sin las cuales ningún concepto de necesidad puede tener lugar; como entonces no puede entenderse ya nada más, se toma tal eliminación como completad del concepto;
  4. La confusión de la posibilidad lógica del concepto de toda la realidad junta (sin contradicción interna) con la posibilidad trascendental; ésta última requiere un principio que establezca la factibilidad de semejante síntesis, pero tal principio sólo puede, a su vez, referirse al campo de las experiencias posibles; etc.”

[7] En cuanto condición formal de posibilidad de los cambios, el tiempo es objetivamente anterior a ellos. Pero, subjetivamente y en la realidad de la conciencia, esta representación no está motivada, al igual que cualquier otra, más que por las percepciones.

[8] La palabra “comenzar” es tomada en dos sentidos. El primero es activo y significa que las causa inicia (infit), como efecto producido por ella, una serie de estados. El segundo es pasivo y significa que la causalidad se inicia (fit) en la causa misma. Infiero aquí el último sentido del primero.

[9] Esta inferencia es demasiado conocida como para necesitar ahora una exposición más amplia. Se apoya en la presunta ley trascendental de la causalidad, según la cual todo lo contingente posee una causa que, en el caso de ser, a su vez, contingente, debe poseer igualmente una causa, hasta que la serie de causas subordinadas unas a otras se acabe en una que sea absolutamente necesaria, requisito sin el cual no sería completa esa serie.